Ahogada.

Cuando el alma se ahoga, se ahogan los ojos en los mares de lagrimas, y el llanto se lleva más por dentro que por fuera. El dolor nos araña la piel, desde lo más profundo nos corroe y se retuerce, disfruta con el sufrimiento que vive en primera persona.
Cuando se ahoga el alma, nada la consuela, porque no puede ser rescatada, porque hace tiempo que las manos desaparecieron de la superficie del lago.
Cuando el alma se ahoga necesita perderse entre brazos, no los propios, porque esos no abrigan, sino en los del amor de otros, ese mismo que no nos tenemos.
Cuando se ahoga el alma desaparece la persona, y sólo podemos intentar acariciar la realidad con las yemas de los dedos.
Ahogada ya el alma, yo sigo intentando respirar.

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