Romance I

Lanzada y decidida
a un golpe asegurado
contra el frío pavimento,
se aventuró al deseo,
al puro fuego.
Se le encendieron los ojos,
sudor frío en las manos,
brillo en la piel
de porcelana
y de hielo.
Recorrió en un instante
la sangre todo el alma
con intenciones
poco cuerdas,
acaso desmesuradas.
Tensó el cuerpo
en un intento de valor
contra el miedo abismal,
contra los pronósticos,
contra sí misma.
Ajustó el vestido
a las formas sinuosas
de ciudades bellas,
de paisajes prometedores,
ensoñaciones estelares.
Colocó el pelo
de manera comedida,
a la vista el cuello,
bálsamo premeditado,
esencia hechicera.
Al posar la mano
en las frías caricias
de la ferrosa barrera,
escalofríos sin sentido,
ansias de poder desmesuradas.
Aventurarse a lo conocido
o a lo aún por conocer,
le cedió el testigo
al eterno sentimiento
de dulce placer.

Sopesado y repasado
el primer resplandor
de las velas a medias,
de la penumbra cegadora,
admitió los hechos con honor:
prisionera de su cárcel,
amante irremediable
de su apuesto carcelero,
cedió tímidamente a la presión
de las declaraciones sin control.
Caricias por saludos
y miradas directas al corazón,
sintieron detener el tiempo
en un instante eléctrico,
acelerado el pulso a ritmo del acordeón.
Suave tacto de la seda,
brillantes las copas de champán,
primer brindis certero,
"Al demonio todos ellos,
somos nosotros y nada más".
Gesto torpe,
cristales en el suelo
y afiladas las risas
con más descaro
que picardía.
Rubor en las mejillas
y se antoja aún más bella,
la refuerza la vergüenza,
un matiz especial
en sus ojos llenos de mar.
Se ablanda algo dentro,
por necesidad
pregunta al desconcierto:
¿es esto eso llamado amor
del que tanto oí hablar?
Voces de ninguna parte
y sentimientos que ya conoce,
le susurran lo que ya sabe,
respuesta más que evidente
a la melodía de sus pestañas.

Se consume
a partes iguales
la inquietud,
el momento
y la luz que los ampara.
Enmascara esta velada
de baile en Venecia
sin canales,
sin más música
que la que orquesta su pulso.
Afrutado un postre
que vaticina lo inevitable,
una despedida de momento,
un hachazo al cuerpo,
una bala paralizadora del tiempo.
La nata de sus labios,
deseo irrefrenable
de probar lo más dulce,
no se sirve con agua fría
sino con la piel caliente.
Irónicas las acciones,
pronostican la pausa
de una conversación,
una lucha a espada,
clara perdedora la razón.
Indeciso el abrazo,
un adiós no muy fuerte,
por si la vida lo escucha
y decide que eso era todo,
que habían tenido suficiente.
Silencio sensato,
punto de inflexión y cordura
que los pasos acompañan,
una vuelta terrenal
de paso por las nubes.
Se hallaron solos
en la distancia,
abrazados por la noche,
soledad momentánea
que las farolas guardan.

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