Guiones

Pasa a veces,
en este teatro que es la vida,
que se cambian los papeles
de quien tenía el porvenir
en los brazos de agua cristalina,
y cae por gravedad,
por fluidez natural y esperada,
crea un estropicio,
un desorden megalomagno,
y se libra, por un instante,
del destino, adivino del azar.

Se pierde el guión por un instante,
se evapora el telón,
se hacen escarcha los deseos
y los planes se destrozan
al ritmo de la lluvia
contra el metal de nuestro tejado,
cobre barato cubriéndonos las espaldas;
se destrozan las letras
y ya no hay párrafo que lo remedie,
se ha llevado a los confines del abismo
de esperanza el último resquicio.

Ya en la oscuridad
del camerino destartalado,
de la silla rota
y el tacón desparejado,
repasa el actor sus líneas,
ahora extrañas y desconocidas amantes,
por ahorrarse la sorpresa
de un nuevo revés enrevesado
que le lleve al más estrepitoso de los fracasos,
de vuelta a la pregunta incesante,
al frío de un público indiferente.

Un acto más
y le rompen los esquemas,
personaje inesperado,
entra en escena,
otra floritura de los focos,
un alarde de personalidad exhacerbada,
cubre el traje las heridas
de batallas en escenas anteriores ya perdidas,
seguido de un momento de lucidez, de cordura,
terror fundamentado en lo desconocido,
miedo al ahora.

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