La nota del encanto

Se me metió la música
en las venas,
en el sentido
y en la piel.
Me susurraba locura,
me infundía libertad,
daba alas a su hijo ciego
y el violín al sordo.

Fue la danza entonces
compañera traicionera,
burladora y desagradecida,
quien me dio pies
que ya tenía,
y sentidos
de los que carecía.

Se apoderó de mi cuerpo
el viento cambiante,
secó los ríos a su paso,
hizo de mí, escultura de barro,
fina porcelana,
quebradiza y brillante.

Debería sentir
culpabilidad recorriendo
el mayor sentido del hombre,
ese entre la cabeza y el corazón,
un nudo de garganta,
un clic de autonomía agonizante,
y sentí libertad
como prohibición.

Fue entonces
decidida al suicidio,
todo daba igual,
el mundo evaporado,
y las luces consumidas,
la pasión necesita alas
y un violín que la guíe,
y alguien que baile
al son de un ave
llamada libertad.

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