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Arrepentimientos futuros

¿No has sentido alguna vez que la vida se te escapaba de las manos? ¿O quizás que la lucha no valía para nada, que se iba la alegría por mucho que gritara tu corazón lleno de esperanza? Supongo que hoy es ese día para mi. De nuevo. Busco en la mirada conocida un destello de alegría, una chispa que antes veía día a día y que creía indómita. Esa chispa que vagaba libre por mi cuerpo, que se avivaba con un simple vistazo, parece ahora taimada y sobria, como las caricias que van a morir a mi mar particular. He querido darte la vida misma, la mía entera, en un intento de ser plena con la felicidad de otro que no era yo, que nunca sería mi más profundo sentimiento porque el cuerpo de uno nunca puede permutar. He querido despreocuparme del mundo para ser el mundo ajeno, para tener el universo paralelo del cuál hice la bóveda celeste entera como si de un puzzle se tratase. Un mundo, una bóveda y una pila infinita de iluciones vanas y absurdas basadas en los ojos cegados de luz y en las gana

La nota del encanto

Se me metió la música en las venas, en el sentido y en la piel. Me susurraba locura, me infundía libertad, daba alas a su hijo ciego y el violín al sordo. Fue la danza entonces compañera traicionera, burladora y desagradecida, quien me dio pies que ya tenía, y sentidos de los que carecía. Se apoderó de mi cuerpo el viento cambiante, secó los ríos a su paso, hizo de mí, escultura de barro, fina porcelana, quebradiza y brillante. Debería sentir culpabilidad recorriendo el mayor sentido del hombre, ese entre la cabeza y el corazón, un nudo de garganta, un clic de autonomía agonizante, y sentí libertad como prohibición. Fue entonces decidida al suicidio, todo daba igual, el mundo evaporado, y las luces consumidas, la pasión necesita alas y un violín que la guíe, y alguien que baile al son de un ave llamada libertad.

Sesión IX: De la tormenta en la balanza

Me he quedado dormida pensando en ti, en tus brazos rodeándome y tu voz susurrándome al oído. Eres como una extraña obsesión que va aquí y allá por mi mente como si fuera imposible evitarte, como si, aunque no lo recordara, pudiera volver a sentir tus labios o, con suerte, tu aroma. Todo lo impregnas en estos días de verano tardío, en los que deseo un giro inesperado del destino o de un golpe de suerte sin más. Cuando todo lo llenas, todo lo invades, haces irse a todo lo demás: todos los miedos, todos los temores, todo el dolor se difumina, como las notas que se suceden en el piano. He sido increíblemente paciente con ello, aún cuando me come por dentro la desdicha de que estés lejos, inalcanzable, y a un paso a la vez. Te amparas en la lejanía y en una promesa que sé absurda. Y mientras te pienso se me pasa la vida, queriendo sentirme a salvo o correr o poco de riesgo, o todo a la vez. Mientras te pienso, crece un deseo que sólo tú y yo sabemos que existe, que alimentamos poco a poc

Eras tú.

Ráfagas de ti me asolan con tu nombre, y el susurro de los besos de almas perdidas de mis hombres. Soplan de poniente audaces como rayo sentidos pesares, temidos por locura o por audacia pasajera de dulces cantares. En mi sueño profundo, taciturno, has sido un reflejo, un simple llanto de la noche interminable de pasillos en la noche y de niebla en los espejos.

Al hombre ocasional

He bebido de los aires de la luna en cada paso de tu vida de tiempo en tiempo. He soñado alma mía de bronce que venías con la respuesta, que no era hielo. He dado a mi dañado escombro un motivo de alegría o una pena sin remedio. He vencido o eso he creído al demonio de mis sueños o de pesadillas en medio. Hemos visto la locura en los ojos del rival o del hermano herido, ansiado de oculto o de sombra o de todo junto, lo querido. Hemos sido amantes en la noche en los sueños del otro y en escaleras de nadie, sin ruido y sin silencio de los corazones ardientes que nuestro cuerpo irradie.

Sesión VIII: Jugar con fuego y la pena del intento

El jugar con fuego te hace fuerte, te alerta, te predispone para lo peor. Y uno juega con fuego porque el corazón se lo pide, porque hay algo que sabemos pendiente y no sabemos si de verdad debería ser así. Pero lo peor del mundo es jugar con fuego en la cabeza, porque uno imagina y se ilusiona, hace castillos de arena con ideas absurdas de un mudo paralelo a la par que se derrumba el que de verdad. Y esas ideas se recrean y se guardan, te esperan durante meses o años buscando el momento para asaltar tu duda, mover tus cimientos y hacerte plantear todas las cosas de tu vida presente, te obligan a tomar decisiones que cambian tu vida para bien o para mal. Cuando jugamos con fuego es por algo, porque algo no va bien o no nos cuadra, porque necesitamos sentir una chispa nueva que nos lleve a las aventuras prometidas que nunca llegaron a producirse. Ojalá el fuego no quemara y jugaramos en él en mundos paralelos sólo por matar a ese maldito bicho llamado curiosidad. Por otro lado, la pen

Sesion VII: La negación de lo inesperado

Uno espera la negación de quien le ha negado antes. Uno espera la negación de quien sospecha. Incluso la espera de quien es receloso del cariño desinteresado. Pero nunca espera la negación de quien más quiere, de quien ha observado como apoyo único e incomparable. Cuando se vuelve ese pilar y se derrumba, te queda un hueco que llena la duda y el pesar y que se antoja incomprensible. Es más, cuando afirman lo absurdamente incierto, empiezas a reconstruir en tu cabeza todo aquello que has hecho intentando comprender el qué causa eso, si eres tú o es él, o la circunstancia o una mera coincidencia. Empiezo a entender que no todo es culpa mia quizás y que hay cosas que por muy bien que lo hagas se tuercen. He empezado a creer también que lo que está para ti...nunca se va. Las coincidencias no existen y cuando vuelven a ti por mucho que pasa, te da que pensar en que quizás todos esos esquemas mentales que uno se hace de cómo será tu vida, de pronto un día la vida cambia de rumbo y es sólo

Sesión VI: La tristeza de uno mismo

Hay días que se levantan torcidos, como hoy. Porque alguien piensa lo que no debe. Porque otro toma por ofensa algo que malinterpretamos. Porque otro más decide pasar de un tema. Y hoy es uno de esos días. Parece que como algo más, aunque el dulce sigue siendo mi temor y por eso sólo lo pruebo y no con demasiado ánimo. El resto de la comida sigue siendo algo que no me interesa ni me apetece, pero que medio soporto a ratos y depende de qué cosas. También he creado un ritual absurdo que parece que en mi subconsciente me salva de ponerme enferma pero que sé que es tan absurdo como mi mismo miedo: media hora después de comer sentada y nada que requiera esfuerzo o dormir hasta dos horas después. A veces estoy agotada y necesito acostarme pero aguanto hasta las dos horas para que "no me pase nada". Y cuanto más lo hago más absurdo me parece y más necesito seguirlo a rajatabla. No ceno más tarde de las 10 por paranoia de que me pase algo. Miro cada cosa que me como con la probabili

Sesión V: Perderse en las páginas de tinta

Hoy, después de una noche menos condicionante pero con sueños sobre examenes de física que no existen, he decidido que me iba a perder en el final de un buen libro para no pensar. Llega este punto en el que uno se harta de no poder frenarse en uno mismo de pensar en algo o de tener el nerviosismo metido en el cuerpo, y es entonces cuando decides que las historias y las desdichas de otros, así como un final inesperado o uno feliz pueden mantenerte alerta pero de lleno sumergido en un mundo que ni siquiera existe en el mundo tangible, sino en el mundo de los sueños, de ahí de donde yo no consigo sacar nada demasiado bueno de mí misma. Así, La Sombra del Viento de Ruiz Zafón ha sido mi refugio y mi cáncer, siendo espejo malicioso aquí y allá sin preocuparse demasiado de si me estaba dando una puñalada trapera, pero claro, es un libro, y si uno supiera lo que le depara la historia antes de empezar, no sería un buen libro. Por eso, similitudes aparte, y más de 550 páginas después, me ha q

Sesión IV: Los problemas de los demás

Cuando uno se dedica a rumiar no sólo los problemas que uno mismo tiene, los que uno se crea y los que le aterra; para repensar también los problemas de la gente que tenemos más cerca, al final ocurre que nos dan ganas de coger a más de uno y decirle muy relajadamente que puede tener muchos años pero que su edad emocional se estancó en los dos años. Hoy ha sido uno de esos días que me habían puesto de los nervios sin ni siquiera abrir los ojos, y si a eso le añadimos que hay alguien con un planning absurdo arremetiendo (el cual ni el mismo creador cumple por tareas añadidas aún más absurdas), mi estado emocional roza lo insoportable además de un precioso resorte añadido a mi pierna derecha que no deja de recordarme los nervios incipientes que no dejan de crecer. Aparte de eso, la comida me sigue resultando algo a lo que tenerle respeto y no me atrevo a comer o a beber demasiado de golpe aún si tengo hambre, y me invade el miedo de volver a caer enferma. Intento comer pero algo en el

Sesión III: Cuando uno se harta de pensar

He estado dos días sin escribir, principalmente porque pasé tan mal rato la última vez que lo hice que no quería volver a experimentar esa sensación. Para qué mentir: empiezo a detestar esta tarea. No le veo la utilidad. ¿Para qué vas a querer pasar una hora al día pensando en preocupaciones que no son tal si llevas bien el día? ¿No es más práctico cortar esos pensamientos en el momento si nos vemos mal y seguir adelante? Sinceramente cada vez que hago esto pienso que es más dañino que beneficioso e intentaré dejar de hacerlo lo antes posible. Pero mientras tengo que empeñarme en ello, he de decir que al menos he empezado a comer normal aunque luego me dé por pensarlo todo y yo sola me ponga nerviosa. Aunque al menos este fin de semana he tenido a mi familia y a la persona que más quiero a mi lado, apoyándome en cada cosa, cuidando de mi, picándome para que comiera o quedándose en vela si tenían que hacerlo para que yo me calmara y dejara de llorar. Y lo cierto es que después de llor

Sesión II: El espíritu de la comida

Hoy voy a dedicar mi hora para las preocupaciones (la cual empieza ya a ser un castigo más que algo bueno) al pavor y pánico que me produce la coida y que se acrecenta con cada minuto que pasa. No puedo comer sin pensar en que tras el último bocado van a volver las nauseas y el mal cuerpo, el estrés que eso me provoca y la necesidad de llorar inmensa que me sobreviene después. Es tal el pánico que aún cuando como poco no puedo pensar en nada más, sólo en el después y en mi pánico a ello, en que me voy a caer gravemente enferma y volveré a una sala de urgencias a algún médico que no sabe lo que tengo, porque no entiende que quiero llorar (a ver si por suerte me vacio de todo lo malo que tengo y de repente vuelvo a ser yo). Esa es la peor sensación de todas, que no me siento yo, no veo a esa persona alegre sino a alguien angustiado y triste que no sabe lo que necesita, pero necesita algo que calme el dolor en el pecho y la sensación de ahogarme en un vaso de agua. A la vez siento la nec

Sesión I: El monstruo

Hoy he comenzado mi terapia para controlar todos los miedos que me atacan desde hace tiempo y he creído que ya que mi forma de expresión son las historias, es la mejor manera (acompañada siempre de una buena música que me haga centrarme en la escritura) de desatar mis monstruos y mis inquietudes, porque supongo que me ayuda mucho más el hablar conmigo misma a través de esto que el intentar escribir en un papel que puedo acabar garabateando como siempre que me pongo nerviosa. No sé donde me ve a  llevar esto y supongo qu eso es lo que me preocupa en un principio, no en exceso, pero si me inquieta. No llego a concebir un yo sin esa parte irritantemente perfeccionista y ansiosa que llevo conociendo desde que tengo memoria, que me angustia, que me aprieta y que se materializa en un monstruo más grande que yo misma pero que duerme en mi pecho (no me preguntes cómo, sólo sé que está ahí). Ese monstruo ahora se está poniendo las botas, porque se alimenta de mi miedo a perderme, de mi miedo

Ignorancia

La ignorancia hace débil al más fuerte de los hombres, hiere la firmeza y decaen las almas. Con paso ligero del jinete de la muerte se acerca por la espalda, con sangre la calmas. Llana y solitaria busca a la venganza, recíproca y compañera, sabida del mal ajeno. Acusadas de delitos, la una por fulana de vagar con todo aquel que cae en los montones de centeno, la otra por perseguirla cazadora y sanguinaria, con monturas de óxido y cuchillos enterrados en heno. Salvadas por la mezcla las hace fuertes el mendigo, o el cobarde traicionado, en cabeza retorcida. Sólo el hombre sabio no con golpe sino trigo limpio, en estocada plena y a la luz de las velas, ofrecerá a su amada, vencida.

El encuentro tras el ocaso

Pasadas las horas muertas mirando el trozo de papel carcomido por el tiempo con detenimiento, llegué a la conclusión de que nada malo podía venir a mí de aquel modo, pues Tom era todo lo que tenía y estaba a buen recaudo en la misma habitación en la que le había atisbado horas atrás. Supongo que perdí la noción del tiempo porque cuando miré por la ventana era ya día, aunque la luz poco se diferenciaba de la de la noche por las nubes que parecían que no se irían nunca. Cogí el maldito objeto de mi desidia y estuve a punto de abrirlo sin más, sin darle importancia, pero la fragancia de aquel hombre misterioso me volvió a embriagar, me impregnó las manos y se quedó revoloteando en el ambiente, poniéndome el escenario de mi corta obra de teatro mustia de una mañana de viernes sin nada de especial. Al abrirlo una letra sin cuidado alguno y poco legible que rezaba una calle y un número que nunca había oído y que dudo que fueran correctas o que se encontrasen en Londres siquiera. Abajo

A medianoche

Dejé inconclusas todas las notas de aquella tarde de lluvia y hastío por las penas de no poder olvidar el amor que se hallaba lejos en los brazos de un dios temporal y pasajero, como las brisas del desierto que no cesan. Me atreví en un susurro a atravesar el pasillo largo y complicado que articulaba nuestra casa, aquel pasillo que temía desde que tenía uso de razón y el cual era testigo de la velocidad de mi pasmo. Al atravesarlo, la puerta entreabierta me dio la calma con el atisbo de una silueta que se alzaba y decrecía lentamente por la respiración pausada. Todo Tom era paz mientras que yo era un caos de ideas y sentires que hasta a mi me costaba descifrar, y aquella imagen de sosiego lo dejaba claro ante mi preocupación absurda. Volví a tientas, para no despertarle con luces inoportunas, aunque era bien conocido que ni mil elefantes indios despertarían a Tom aquella noche de sueños en los que los campos que jamás había conocido, se hacían realidad. Me acomodé en mi sofá, es

Un sentir particular.

Inoportunos silencios en los albores del mundo, en las ráfagas de vida,  en los amores pasajeros. Pérdida marchita de un sentido moribundo, podrido de ira, sarcásmo de mensajero. Volantes de uranio, pozoñoso el calor y mechado el daño. Aires de ti en suspiros de los otros, en tus caricias me baño. Breve gozo, breve beso y breve el deseo de anhelo, de mentiras y de gloria.

Canto a las luces y a la vida infinita

Creídas iniciadas las delicias de la vida, y consumada la más soberbia de las inquietudes, me dispuse en cobarde intento a empezar a jugar al juego de la muerte. Si bien vivía y reconocía, no eran serias las corduras comedidas y desleales, acérrimas de la palabra apodada desvarío. Era cada triunfo mío un logro suyo, y cada derrota igual para su antojo, que no diferenciaba y se arrojaba, loca rematada, a tomar de mi vidrio un sorbo salado. Cada día era en vano y le llovían borbotones con mi nombre y mi delirio. Bebía sin saciarse todo momento que podía, como elixir dulce que poco a poco la vencía. Era vicio el momento culmen de la espera desesperada, planeaba en mi otoño el jolgorio absoluto, se mofaba de mi desde la altura prudente como si pudiera cogerla, o acaso quisiera con mis manos llevarla a su suerte. Y fue al final, cuando mis ojos entornaba, que vi que eras tú quien me llevaba