El encuentro tras el ocaso
Pasadas las horas muertas mirando el trozo de papel carcomido por el tiempo con detenimiento, llegué a la conclusión de que nada malo podía venir a mí de aquel modo, pues Tom era todo lo que tenía y estaba a buen recaudo en la misma habitación en la que le había atisbado horas atrás. Supongo que perdí la noción del tiempo porque cuando miré por la ventana era ya día, aunque la luz poco se diferenciaba de la de la noche por las nubes que parecían que no se irían nunca. Cogí el maldito objeto de mi desidia y estuve a punto de abrirlo sin más, sin darle importancia, pero la fragancia de aquel hombre misterioso me volvió a embriagar, me impregnó las manos y se quedó revoloteando en el ambiente, poniéndome el escenario de mi corta obra de teatro mustia de una mañana de viernes sin nada de especial. Al abrirlo una letra sin cuidado alguno y poco legible que rezaba una calle y un número que nunca había oído y que dudo que fueran correctas o que se encontrasen en Londres siquiera. Abajo