Canto a las luces y a la vida infinita
Creídas iniciadas
las delicias de la vida,
y consumada
la más soberbia de las
inquietudes,
me dispuse
en cobarde intento
a empezar a jugar
al juego de la muerte.
Si bien vivía y reconocía,
no eran serias las corduras
comedidas y desleales,
acérrimas de la palabra
apodada desvarío.
Era cada triunfo mío
un logro suyo,
y cada derrota
igual para su antojo,
que no diferenciaba
y se arrojaba,
loca rematada,
a tomar de mi vidrio
un sorbo salado.
Cada día era en vano
y le llovían borbotones
con mi nombre
y mi delirio.
Bebía sin saciarse
todo momento que podía,
como elixir dulce
que poco a poco la vencía.
Era vicio el momento culmen
de la espera desesperada,
planeaba en mi otoño
el jolgorio absoluto,
se mofaba de mi
desde la altura prudente
como si pudiera cogerla,
o acaso quisiera
con mis manos llevarla a su
suerte.
Y fue al final,
cuando mis ojos entornaba,
que vi que eras tú quien me
llevaba
dulcemente a la paz.
Hice de sus victorias mi
batalla
y gané la última de todas
para ser eterna
en lo etéreo de tus
recuerdos.
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