A la muerte justificada, allá donde vaya.

He soñado tantas veces
con el sueño de besarte,
se repite incesante,
me atormenta en la noche.

Soñaba que era doliente
de tu adiós
o tu te quiero,
pensaba con paciencia
que tu amor sería eterno.

Despertaba en la penumbra,
morada del desconsuelo,
que venías a buscarme,
sin llanto,
sin anhelo.

Alumbraba el día
cuando te vi llegar,
moribundo y sin cobijo,
harto cuidado del reproche.

Y sobre las sábanas vacías
que ahora claman mi ausencia,
llené de la tuya
sus agonías,
hice de tu cuerpo
el ente de mis encantos
de frío hierro y grave espanto.

Icé la ira contenida
con suave beso de muerte,
calmé mi sed con tu sangre
y el dolor con el detrozo,
porque era ahora el oro el que no lucía,
ni yo la que temía.

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