Recuerdo del dolor.

Me acordé de lo triste que es el mundo,
de lo triste que es vivir,
y de quien muere en lo mundano,
quien entristece en la muerte,
quien muere mientras vive.

Me acordé de todos los matices,
de todas las formas y colores,
de lo sencillo y lo complejo,
del amor y el desvelo.

Me acordé, lentamente,
de tu mirada cuando te ibas,
de tus ojos cuando no estabas,
de la nada que te acompañaba.

Sabida tu tristeza y tu armonía,
recordé una lágrima caída,
una catedral en su honor construida,
un dolor incomprendido.
Recordé cómo la sanaba,
o al menos lo intentaba,
aunque no eras tú,
aunque estabas ausente,
aunque fingías sonrisas,
aunque creías que no dolía.

Recordé entonces el dolor,
ligero desde fuera,
que mataba poco a poco
cual yunque pesado,
como cargas que se llevan
por siempre en la vida.

Con el dolor vino la calma,
una calma aparente,
elocuente en la luz,
como un monstruo en la sombra.

Con el dolor
vino el dolor mismo,
artillero experimentado,
bombardeaba mi alma cada noche,
cada día,
cada segundo de mi vida.

Con el dolor
vino el dolor,
y se quedó para siempre,
como un amigo,
como un compañero atroz,
como el peor de los viajeros,
como el muro que tapa una luz.

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